Del libro “El poder de la adoración comunitaria” de Sebastián Golluscio, hemos extraído unos interesantes consejos para la organización del culto en cuanto al ministerio de adoración que bien podríamos compartir con nuestros líderes o con el grupo en nuestras reuniones organizativas.
Ya lo decía Eintein
Vivimos en la era de los medios perfectos y los fines confusos. La frase no es mía son de Albert Einstein, el científico más importante del siglo XX. Y se aplica de manera especial a los ministerios de Alabanza.
Pareciera que para muchos equipos de alabanza su “éxito ministerial” cosiste en tener un súper banda al estilo Hillsong, un equipo de sonido potente, los últimos recursos tecnológicos, luces y humo en el escenario, los “hits” del momento sacados tal cual fueron grabados en el CD original, etc. Y claro que todas estas cosas son muy buenas. Pero son sólo los medio para alcanzar un fin. Lamentablemente muchos ministerios de alabanza no tienen lo suficientemente claro cuál es el fin: que podamos adorar a Dios juntos, como Iglesia en nuestros cultos semanales.
Podemos haber sonado como la filarmónica de Londres, pero si doña Rosa, le hermano Miguel, el matrimonio Gómez, Julieta, Jorge, María y el resto de los hermanos y hermanas de la iglesia no pudieron adorar a Dios en espíritu y en verdad, ¡Entonces el culto fue un rotundo fracaso! Aunque los que formamos parte del ministerio de alabanza nos sintamos satisfechos por nuestra gran performance arriba de la plataforma.
He esta en Iglesias cuyo templo era apenas una habitación pequeña pero tenían una batería, que ocupaba un tercio del lugar, y un sistema de audio, como para sonorizar un estadio de fútbol, que cubría otro tercio del espacio. Los hermanos de la iglesia se agolpaban en el tercio restante, el ruido era ensordecedor y obviamente resultaba imposible concentrarse en Dios y adorarlo. Hubiera sido mucho más sencillo y funcional. En este tipo de congregación, adorar solo con un guitarra y con un sonido menos sofisticado (o que no ocupase tanto espacio). Nuevamente: claro que los elementos técnicos son una bendición, pero siempre y cuando estén al servicios de la adoración y no al revés.
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Utilicen canciones sencillas
La línea melódica de las canciones del culto debe ser lo suficientemente “pegadiza”, para que sea sencillo cantarlas y fluir con libertad de adoración. Las composiciones complejas requieren que estemos más pendientes de la canción o del líder de alabanza que de Dios.
Hay canciones de alabanza que son muy hermosas, pero que por su complejidad musical resultan incantables para el adorador promedio de nuestras congregaciones. Quizás sean canciones ideales para que las interprete un solista, en algún momento especial de la reunión, como la ofrenda u otro momento, pero no para que las cante toda la congregación en el tiempo de adoración.
EN cuanto a las letras, aunque sean elaboradas y profundas, también deberían ser fácilmente memorizables, para que la congregación no dependa todo el tiempo del proyector para seguirlas, tomando la imagen que sugirió Soren Kierkegaard, del culto como obra de teatro, cabe recordar que los apuntadores solo se los oye cuando es necesario, idealmente los actores deben conocer bien el libreto, de forma que la ayuda sutil y casi imperceptible de los apuntadores sea suficiente.
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Permitan la participación ordenada de las personas
Muchas veces las personas desean participar más activamente del desarrollo del culto, pero no encuentran un espacio para hacerlo, o se sienten inhibidas. Según la primera epístola de Pablo a los Corintios, los creyentes en aquella ciudad tenían “permiso” para participar de manera espontánea en la reunión. Lo hacían con oraciones, canciones no programadas, palabras proféticas, testimonio, etc. Ese si que era un culto construido “debajo” de la plataforma. Había mucha libertad, pero al mismo tiempo ¡caos! Por eso Pablo les dice “hágase todo decentemente y en orden” (1 Corintios 14:40).
El gran desafío en materia cúltica es lograr ese sano balance entre libertad y orden.
Cuando la iglesia es pequeña es más sencillo “abrir el juego” a la participación de los hermanos, y encausar sanamente los desordenes que puedan surgir. En congregaciones más numerosas resulta más difícil. Sin embargo, aunque la iglesia sea mediana o grande, la gente debe saber que tiene permiso para participar, siempre dentro de un marco de orden.
Se puede preparar un momento especial de testimonios dentro del culto. También se debería alentar a aquellos que reciben alguna revelación o pasaje bíblico durante el culto a que la escriban en un papel y los pasen al pastor o a algún líder maduro en la fe, para que juzgue la palabra y la comparta a la iglesia si entiende que proviene de Dios y cree conveniente hacerlo. El líder de adoración debería permitir momentos de alabanza espontánea, de cánticos nuevos y oraciones personales, dentro del tiempo de alabanza.
Más allá de estas dinámicas, se debería propiciar una atmósfera general de libertad, en la que nadie se sienta inhibido y podamos corresponder a Dios arrodillándonos espontáneamente, o danzando en los pasillos, o pasando adelante, u orando en el momento por algún enfermo, si nos sentimos movidos por el Espíritu Santo a hacer alguna de estas cosas. Entre el control monopólico y rígido (el culto que sólo “se hace” desde la plataforma), y el caos acéfalo (el culto desordenado y sin liderazgo), existen muchos matices intermedios que debería explorarse.
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Valoren los elementos y las dinámicas que brindan al culto un sentido comunitario
La cena del Señor no es un elemento más en el culto cristiano. Es central, distintiva. Es la mesa de la comunión de la koinonía, es mucho más que un recordatorio de la muerte y resurrección de Jesús. Pablo afirma que al participar de la Cena tenemos que discernir el cuerpo de Cristo (1 Corintios11:29). Por encima de cualquier otro acto litúrgico, participar de la Cena del Señor nos recuerda que somos parte de un Cuerpo, que Jesús ha derribado toda barrera de separación entre nosotros, y que hoy somos uno en él.
Otros elementos que hacen al espíritu comunitario del culto son las dinámicas de oración, la oración en grupos o de a dos, los momentos de testimonios espontáneos, la presentación de bebés, la intercesión unida por motivos puntuales, los momentos de saludo y bendición mutua (el beso santo en la iglesia primitiva), el canto unido tomados de las manos, etc. Hay muchísimas dinámicas y elementos que podemos incorporar al culto, que sacan a las personas de una posición de simples espectadores y que favorecen el espíritu comunitario de la adoración. ¡ Seamos creativos e innovadores!
Los cazadores del criterio perdido
Criterio: norma para conocer la verdad, juicio o discernimiento.
Si la idea de un culto es que cantemos todos, que desde el que se sienta en la primera fila hasta el del último asiento activen sus endorfinas y su espíritu, no solo los “ungidos” que están adelante, entonces debemos usar cierto juicio o discernimiento a la hora de preparar un culto. Seamos criteriosos.
Hay cuestiones que están en la órbita del sentido común, y que no deberíamos aclarar. Pero lamentablemente muchas veces lo obvio no es tan obvio.
Comencemos con nuestra “búsqueda del criterio perdido”.
Las congregaciones, en todo el mundo, suelen ser heterogéneas en su composición. EN las filas de sus templos se sientan jóvenes, adultos, ancianos, niños y matrimonios, provenientes de extractos socioculturales diferentes. El desafío, para los responsables de liderar la adoración, es encontrar canciones con ritmos y melodías asimilables por la mayoría de las personas que asisten al culto, a través de los cuales la mayor cantidad de personas puedan expresar libremente su adoración a Dios. Aún en un contexto de diversidad cultural y generacional.
Los que integran el ministerio de alabanza, desde el líder hasta el último colaborador deberían tener bien en claro que todas las formas del culto, están destinadas a ayudar a las personas a adorar a Dios. Si las personas se van del culto sin haber adorado a Dios, la tarea del ministerio fue un fracaso. Tener este principio en mente establece algunos criterios sencillos, que hacen que el culto “funcione”.
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No compliquen innecesariamente los arreglos de las canciones
Como ya dije, a veces se eligen canciones muy complejas, incantables para la mayoría de las personas de la congregación. Otras veces son inadecuadas las tonalidades (demasiado altas o demasiada bajas). En oportunidades los arreglos instrumentales son tan difíciles que los músicos, lejos de poder enfocarse en Dios, adorarlo y fluir con libertad, tocan sólo pendientes de que las canciones salgan tal como las ensayaron, tensionados o sudando. Este tipo de performance de alabanza no sirve, ni a los músicos ni a la congregación. Los músicos deberían encontrar una “zona de comodidad”, de acuerdo a su capacidad técnica, en la que se sientan seguros al tocar, y fluyan con libertad y alegría, sin “caras de sufrimiento”.
Al mismo tiempo, deben esforzarse por mejorar continuamente su técnica, para que esa zona de comodidad se expanda. Sencillez no significa mediocridad. A mayor capacidad técnica, menos pendiente estará el músico de su instrumento, y más podrá concentrarse en Dios. Habrá logrado independencia técnica. Lo mismo se aplica a los cantantes. Una adoración excelente supone el esfuerzo por embellecer las canciones con arreglos instrumentas y vocales, pero siempre y cuando estos arreglos ayuden a la congregación a adorar y no provoquen “caras amargas” en el escenario. Darlene Zschech afirma: “No funciona tener un equipo de personas dirigiendo la alabanza que tiene cara de que no saben si están en el lugar correcto o no”.
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Dispongan de un repertorio amplio y balanceado
Considerando que las iglesias son heterogéneas en su composición, los líderes de alabanza tienen que disponer de un repertorio de canciones que contemplen todos los segmentos generacionales, con sus diferentes preferencias y estilos. Muchas producciones de alabanza y adoración contemporáneas apuntan principalmente a un público juvenil, tanto en el ritmo como en las letras de las canciones. Pero en un culto comunitario de día domingo no hay sólo jóvenes. También hay niños, adolescentes, adultos y ancianos. Y nadie debería sentirse excluído de la adoración porque sólo cantamos canciones “rockeras”.
Jesús enseño que un escriba docto en el Reino es el que sabe sacar de su “baúl de tesoros” cosas viejas y nuevas (Mateo 13:52).
Siempre es bueno redescubrir antiguos himnos, ungidos y llenos de significado. O viejos “coritos” de las décadas del 70, 80 o 90. También es importante enseñar canciones nuevas, que aporten una nueva revelación fresca de la persona y la obra de Dios. Preferiblemente canciones compuestas por miembros de la congregación, que expresen lo que Dios está haciendo en esa iglesia local en particular, con su idiosincrasia singular.
Más allá del estilo, es muy bueno que la letra de las canciones favorezca en espíritu comunitario de la adoración. Lamentablemente no abundan las canciones compuestas desde el “nosotros”. La mayoría de las canciones que se han escrito en los últimos años (quizás reflejando el espíritu individualista que permea nuestra cultura en general), están conjugadas en primera persona del singular: “yo te amo”, “yo te adoro”, “yo te busco”, etc. LA mayoría de éstas canciones son hermosas, y está muy bien que las usemos. Pero utilicemos también canciones del estilo “damos honor a ti”, “hoy te adoramos señor”, “padre del cielo te adoramos”, etc., escritas en plural.
Al hablar de heterogeneidad, también debemos tener en cuenta que hay mujeres y varones en nuestras congregaciones. Pareciera que en los últimos años la adoración adquirió una impronta femenina. Abundan las canciones intimistas, con letras como “Jesús, tú eres mi amado”, “quiero besarte”, “abrázame”, “quiero derramar mi perfume de adoración, “soy la niña de tus ojos” y otras expresiones, con las que una mujer puede sentirse mucho más identificada que un hombre. No hay problema en cantar este tipo de canciones, ya que expresan una faceta vital de nuestra relación con Dios: nuestro amor íntimo y pasional hacia él. Pero es importante que no sean las únicas canciones que se cantan en el culto. Los varones también necesitamos declarar cosas como “¡tú eres mi fortaleza!”, “Tú eres Jehová de los ejércitos!”, “Firmes y adelante, huestes de la fe”. Deberíamos velar por un repertorio balanceado, que exprese ambas “improntas” de alabanza, con los matices más femeninos y masculinos que ayuden a que cada persona pueda sentirse a gusto para adorar.
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Hagan a un lado sus preferencias personales al armar el orden de canciones para el culto
Cada líder de alabanza tiene un estilo personal y una preferencia a la hora de elegir las canciones para el culto. Algunos tienden a ser festivos, otros intimistas otros más pasionales. Pero al momento de planificar la adoración congregacional, es importante que el líder deje de lado sus preferencias personas y se haga algunas preguntas. Sobre todo una importantísima:
¿Qué es lo que Dios está haciendo en nuestra iglesia en este tiempo?
Muchos líderes de alabanza escogen las canciones según cómo haya sido su semana con Dios. Y si tuvieron una semana en la que experimentaron el consuelo de Dios en medio de una situación difícil que estaban viviendo, entonces eligen todas las canciones “consolacionales”, del estilo “dulce refugio en la tormenta”, “oh tu fidelidad” o “si sufrimos aquí reinaremos allí”.
Pero quizás la iglesia esté en medio de una campaña evangelística, o con un desafío misionero por delante, y no “pega” mucho cantar canciones “consolacionales”, por más que lo hayan ministrado al líder de alabanza durante toda la semana. Ese es el momento de cantar “somos el pueblo de Dios” o canciones de fe, de desafío, de testimonio. Está muy bien usar canciones “consolacionales” (en lo personal me reconfortan mucho) si el énfasis del culto es ese, o si en algún momento del culto se va a orar por los hermanos que están atravesando tiempos difíciles. Pero si Dios se está moviendo para otro lado en la iglesia, vayamos hacia allí.
Otras preguntas que deberíamos hacernos al armar el orden de canciones para el culto son:
¿Qué es lo que Dios quiere hacer en la reunión que me toca dirigir? ¿hay algún énfasis especial? ¿tengo alguna indicación puntual por parte del pastor?
¿Qué facetas de la persona de Dios tienen que describir las canciones que escoja? ¿Son canciones que los hermanos de la iglesia conocen, con las que resultará sencillo adorar?
¿Hay alguna canción central, en torno a la cual debo preparar todo el tiempo de alabanza?
Al hacerse estas preguntas, el líder evitará armar una lista con:
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La canción que escuché ayer en la radio cristiana y me gustó.
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La canción que está de moda en la iglesia ( y que ya nos empezó a asquear, porque la cantamos mecánicamente como loros, con tedio, con “piloto automático”).
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La canción que me muero de ganas por enseñar.
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La canción que cantamos el domingo pasado y que “pegó”.
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El himno que siempre funciona y que hace llorar a los más viejitos.
Algo muy positivo es compartir el liderazgo de la alabanza. Es decir, que no haya un solo líder sino, dos, o tres o más, que dirijan una o dos canciones cada uno, o que dirijan juntos todas las canciones. Esto requiere mucha coordinación y unanimidad espiritual, para que estén todos en la misma “sintonía”. Pero cuando se logra es muy enriquecedor. Recordemos que en el cielo no hay un solo líder de alabanza sino cuatro: Los cuatro seres vivientes. Y son bien distintos entre sí. Uno tiene cara de águila, otro cara de buey, otro cara humana y el cuarto cara de león. Cuando se conjugan distintos matices y estilos de la alabanza, con líderes con diferentes “rostros”, la iglesia es bendecida por la riqueza de la adversidad. ¡ Adorar siempre de una misma forma es muy aburrido!.
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No enseñen nueve canciones nuevas en un mismo culto
Es importante enseñar canciones nuevas, pero hay que tener cuidado de no enseñarlas todas juntas en el mismo culto. Enseñar más de una canción por culto suele convertir el tiempo de alabanza en una audición o recital. Más importan que elaborar un listado de canciones es saber qué es lo que Dios quiere hacer en el culto, y en función de esa dirección determinar si necesitamos una canción, dos canciones, diez canciones ¡O ninguna canción!.
También es importante cuando enseñamos una canción nueva, que nos tomemos un buen tiempo para facilitar que los hermanos internalicen la canción. Siempre conviene enseñar primero el coro de la canción, lento y sólo con el piano o la guitarra, para que las personas puedan escuchar bien la melodía y la letra. Si empezamos desde la introducción, con toda la banda sonando, las personas van a estar desorientadas y les va a costar meterse en el argumento de la canción.
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Hablen con naturalidad, vístanse con naturalidad, siéntanse uno más de la congregación.
El tono y el lenguaje de aquellos que presiden la reunión debe adaptarse al contexto de la iglesia. Muchos lideres de adoración y pastores hacen sus performance en la plataforma una verdadera actuación: Impostan la voz o utilizan un lenguaje místico, poco natural para el común de la gente. Bob Sorge comenta:
Hay personas que asumen una personalidad de púlpito, una apariencia artificial y pseudoespiritual, para tratar de causar una buena impresión en la gente con su conducta teatral y estilo florido. Tales fachadas no le ganan al cariño de la congregación. Los hermano pueden amar al director de alabanza, pero disgustarse con la persona en que se convierte los domingos.
Cualquier congregación responde con más gratitud a la sinceridad de la persona real.
En el culto debería respirarse un espíritu genuino, natural, no ficticio o fabricado. Lo mismo se aplica a la vestimenta. No existe ningún texto en la biblia que obligue a los pastores y lideres de alabanza usar saco y corbata. La vestimenta de aquellos que presiden la reunión debería ayudar a las personas a adorar a Dios con libertad. Un aspecto desalineado, como así también un aspecto ostentoso, distrae a la congregación. Le impide a los hermanos concentrarse en Dios, ya que están más pendientes de la ropa, andrajosa u ostentosa de aquellos que están en el escenario. Lo importante es hallar una estética que no desentone con el contexto de la iglesia, y que ayude a las personas a adorar sin distracciones, sea saco y corbata u otra vestimenta más informal, pero prolija.
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Velen para que no haya nada que distraída a las personas de la presencia de Dios.
Suele ocurrir que algunas formas de culto, que debería servir para que la gente se conecte fácilmente con Dios, terminan, paradójicamente, produciendo el resultado inverso. Es decir, se transforman en elementos distractores,. Un ejemplo: muchas iglesias cuentan con grupos de danza que acompañan el tiempo de alabanza con bailes, movimientos coreográficos, banderas, telas, panderos y otros elementos que embellecen estéticamente la adoración. Incorporar este tiempo de grupos a la liturgia es muy positivo, pero siempre y cuando aquellos que bailan realmente inspiren a adorar., y no al revés. Siempre y cuando no distraigan con sus movimientos a la congregación.
En algunas iglesias utilizan bailes y vestidos judíos, que pueden llegar a ser completamente descontextualizados. A veces la coreografía es excelente, en cuanto a su puesta escénica, pero termina sacando la atención de Dios y concentrándola en el grupo de danza. Si el objetivo de la coreografía es presentar un mensaje o evangelizar entonces está perfecto que todos enfoquen sus miradas en la performance del grupo. Pero si la coreografía es parte de un tiempo de adoración, en el que pretendemos concentrarnos en Dios, no es muy positivo que los padres de las chicas que bailan se paren en las primeras filas, con sus celulares listos para sacarles 500 fotos. Es muy difícil concentrarse en Dios cuando hay flashes sonando por todos lados y una competencia de codos para ver quién logra ubicarse para la mejor toma.
Correctamente utilizado, el baile es una herramienta poderosa y muy enriquecedora para la adoración. Pero jamás debería “competir” con la presencia de Dios.
Lo mismo pasa cuando usamos fondos demasiado llamativos para las letras de las canciones que se proyectan, o cuando la puesta escénica es demasiado luminosa y teatral. En la era de la tecnología, no podemos ignorar los elementos visuales y estéticos en el culto. Pero tampoco deberíamos sobrestimarlos. A veces, en pro de la excelencia técnica y desde una sana motivación, sin darnos cuenta convertimos los medios en fines, como diría Einstein. Y la congregación, lejos de estar concentrada en adorar a Dios, termina consumiendo cual espectadora el show que se ofrece desde un escenario.